Pero pese a lo dicho, el submarinismo no se limita exclusivamente a la práctica. Por el contrario, existe una parte teórica de fundamental importancia para que todo discurra correctamente y con seguridad. La actividad subacuática se desarrolla en un medio totalmente ajeno al propio de la especie humana, no estando nuestro cuerpo diseñado para ello. Es por esta razón que se producen cambios fisiológicos por efecto de la presión y de los gases que respiramos, que debemos conocer a la perfección para evitar cualquier problema, que pueden llegar a ser muy graves.
Todo el mundo ha oido hablar alguna vez de la descompresión, palabra clave que aparece unida con el mundo del buceo. El aire que respiramos se compone básicamente de oxígeno (20,97%), nitrógeno (79%) y otros gases (0,03%). Estos gases por efecto de la presión que soportamos debajo del agua (mayor cuanto mayor es la profundidad) se van disolviendo en los tejidos. El oxígeno y el anhídrido carbónico producido por nuestra respiración van siendo metabolizados por las células, pero el nitrógeno no. A medida que descendemos, este gas inerte va saturando nuestros tejidos, y sólo empezamos a perderlo a medida que ascendemos. El nitrógeno forma microburbujas que únicamente se desprenden bajo el agua tras un cierto tiempo, que será proporcional al tiempo que hayamos permanecido en el fondo. Los tiempos de profundidad y parada vienen recogidos en las tablas de descompresión, verdadera cartilla del buceador y su mejor seguro de vida. Hay que conocer su manejo, aunque luego se usen ordenadores, y seguirlas a rajatabla. Sólo con su estricto cumplimiento evitaremos los accidentes de descompresión. Éstos se producen al salir a la superficie y no haber dado tiempo a nuestro organismo a expulsar esas pequeñas burbujas gaseosas de las que hablamos. Éstas pueden alojarse en órganos vitales pudiendo provocar profundos trastornos que pueden llegar en el peor de los casos a la muerte.
Otro factor que influye directamente en nuestra anatomía es la presión. Cuando estamos en tierra tenemos que soportar sobre nosotros el peso del aire que nos rodea. Existen varias unidades de medida, aunque en buceo, la usada en Europa es la atmósfera, equivalente a la presión ejercida por 1 kg. de peso sobre una superficie de 1 cm2. Se establece que al nivel del mar la presión es equivalente a 1 atm.; pero es evidente que a medida que descendemos al fondo, y más agua nos rodea, mayor presión tendremos que soportar. Cada 10 m., la presión aumenta en 1 atm.. Así en 30 m. tendremos una presión equivalente a 4 atm.(1 la existente en el aire, más 3 por cada tramo de 10 m de descenso).
Esta presión ejerce sobre todo nuestro cuerpo una especie de compresión, que es especialmente notable con el aire que contienen nuestros pulmones. En caso de un rápido ascenso por un ataque de pánico, por ejemplo, no daría tiempo a expulsar el aire, que a cada metro aumenta de volumen, provocando un estallido que desgarraría el tejido pulmonar, apareciendo daños muy serios, es el accidente de sobrepresión. La manera de evitarlo es ascender lentamente, siempre por debajo de nuestras burbujas. Se suele cifrar la velocidad de ascenso en 17 m./minuto. Hoy en día la mayoría de los ordenadores de buceo cuentan con alarmas sonoras y visuales para indicarnos este tema.
En caso de accidente de descompresión el mejor remedio es la inmediata aplicación de oxígeno (existen cursos que facultan para ello) y el traslado del afectado a una cámara hiperbárica. Aquí se recomprime al paciente para que las burbujas vuelvan a su tamaño original y no interrumpan el torrente sanguíneo y puedan finalmente ser eliminadas. Afortunadamente estos complejos y caros aparatos son cada vez mas frecuentes en nuestras costas, en hospitales, centros de la Armada o en cuarteles de bomberos o guardia civil. Es aconsejable al planificar las inmersiones estar informados de cual es la cámara mas cercana.
La mayoría de las organizaciones docentes de buceo recomiendan planificar las inmersiones sin descompresión, dentro de la llamada curva de seguridad, es decir, el tiempo máximo que se puede permanecer en una determinada profundidad sin tener que efectuar una parada. No obstante, estando bien preparada y planificada la inmersión, y contando los buceadores con el nivel adecuado, el efectuar alguna parada de descompresión, tampoco ha de convertirse en un tabú. Dependiendo del lugar puede ser muy aburrido si nos encontramos por ejemplo en un cabo en mar abierto, o divertida si tenemos fondo o pared para descubrir esa vida minúscula a la que habitualmente no prestamos la atención que merece.
Comentar, por último, otro de los peligros clásicos del buceo: la narcosis, también llamada borrachera de las profundidades. Es un fenómeno complejo y todavía no demasiado estudiado, similar en sus síntomas a una intoxicación etílica, que puede llevar al buceador a cometer actos imprevisibles, como quitarse el regulador o las gafas, o descender desaforadamente a las profundidades. Su aparición depende de factores como el estado físico y mental, el esfuerzo realizado, la temperatura del agua, etc. Suele concretarse a partir de los 40 m., y desaparece en el momento del ascenso. De cualquier manera y como precaución, son profundidades, que se encuentran fuera del rango en el que habitualmente se mueve el buceador recreativo.
Si eres amante del buceo, además de conocer estos posibles riesgos, sabrás que las Islas Canarias presentan una condiciones excelentes para practicar este excelente deporte. Y para ello nada mejor a coger una casa rural Tenerife, donde gracias a su geografía vas a poder disfrutar tanto de tu deporte favorita como de la gastronomía típica sin tener que hacer grandes desplazamientos. Además podrás encontrar escuelas en muchas playas y zonas costeras de la isla.